¿Puedes ver a un niño y pensar que no hay futuro?


María Torres es maes­tra en pre­es­co­lar y pri­ma­ria en Culia­cán, Sina­loa, des­de hace sie­te años. En ese tiem­po ha vis­to pasar por las aulas a niños tor­tu­ra­dos por sus padres, a niños que ame­na­zan con matar­la o deca­pi­tar com­pa­ñe­ros, a una direc­ti­va asus­ta­da por ven­gan­zas de nar­cos con­tra la escuela.

Tex­to: Danie­la Rea
Frag­men­to de una inves­ti­ga­ción publi­ca­da ori­gi­nal­men­te en Pie­de­Pa­gi­na
Fotos: Cor­te­sía / niños de Culia­cán
29 de Enero de 2017

MARÍA Y EL AULA

Soy María Torres, maes­tra de inglés en pre­es­co­lar y pri­ma­ria en Culia­cán. Ten­go 32 años y cre­cí en el Esta­do de Méxi­co, pero lue­go me vine a vivir al nor­te. En el 2010 entré a tra­ba­jar a un kín­der y el tema común de los niños era el de los nar­cos. En el recreo me sen­ta­ba a obser­var­los y uno juga­ba a ser el gru­po del Mayo, otro del Cha­po. Juga­ban a los bala­zos, a las metra­llas. Yo obser­va­ba y les pre­gun­ta­ba a las maes­tras que tenían más tiem­po en la escue­la, ¿por qué hacen eso? me decían que era por cul­tu­ra, que todos tie­nen a alguien ahí.

De esos jue­gos a la fecha los niños pasa­ron a decir ‘te voy a matar, te voy a des­cuar­ti­zar’. Como cuan­do uno de niño en la pri­ma­ria decía ‘te voy a acu­sar con la maes­tra’ pues aho­ra ellos dicen ‘te voy a des­cuar­ti­zar’. Los niños no entien­den el alcan­ce de las pala­bras. ‘Te voy a deca­pi­tar, a que­mar, a matar, a desan­grar’ son pala­bras muy fuer­tes para niños tan peque­ños, de 5 o 6 años.

Ten­go un alumno que hace unas sema­nas no vuel­ve a la escue­la. Tie­ne 8 años, su mamá al pare­cer anda con un pro­ble­ma neu­ro­nal, del papá nun­ca sabe­mos nada. El que lo cui­da es su her­mano mayor, va en la secun­da­ria, pero lo gol­pea des­de chi­qui­to. Segu­ro ya no va a vol­ver a la escue­la. ¿A qué vuel­ve, si trae dia­rio 200, 300 pesos dia­rios en la bol­sa? El otro día lo esta­ba rega­ñan­do, me sacó el telé­fono y me dijo ‘a ver, háble­le a mi papá, qué le va a decir, que me haga qué?’ y me aven­tó 300 pesos para mis chi­cles. Los com­pa­ñe­ros del salón se reían. Les dije que si se daban cuen­ta de que lo que esta­ba pasan­do, que eso era una ame­na­za. No sabían los niños. Me decían que era normal.

Tuve otro alumno que siem­pre pega­ba a las niñas, a los niños. Un día otra maes­tra me comen­tó que le vie­ra los pies. Le pedí que se qui­ta­ra los zapa­tos y vi su plan­ta cha­mus­ca­da, me dijo que su papá lo aga­rró con un sople­te por­que no que­ría hacer la tarea. ‘Me sacó el sople­te y me que­mó, cada vez que no le hago caso me que­ma con la coli­lla del ciga­rro. Mi mamá vive en otra casa y no se da cuen­ta’. El direc­tor de la escue­la me advir­tió que no lla­má­ra­mos al papá por­que tenía víncu­los con el cri­men y temía que lle­ga­ran a la escue­la a vengarse.

Un día inter­vi­ne en una pelea entre dos niños de pre­es­co­lar que dis­cu­tían por un borra­dor. Uno de ellos tomó una vara y se lo qui­so ente­rrar en el estó­ma­go al otro. Se lo qui­té y aven­té, el niño me gri­tó gro­se­rías ‘le voy a decir a mi papá que la mate, es una mal­di­ta des­gra­cia­da. Yo ten­go 8 papás y le van a venir a hacer algo’. Le dije que los lla­ma­ra, que no tenía mie­do (yo antes no tenía mie­do) al día siguien­te lle­gó la mamá, dijo que era pros­ti­tu­ta y salía con esos 8 hom­bres a los que el niño les decía papás, uno de ellos tenía un car­go fuer­te en el narco.

Hay otro caso de una niña que fue tes­ti­go de cómo el papá mató a su her­ma­ni­to de meses de naci­do. La niña cuen­ta que des­de que nació el bebé, su papá lo que­ma­ba con coli­llas de ciga­rro por­que llo­ra­ba mucho. Aho­ra el papá está en la cár­cel, pero la mamá tie­ne mie­do de que sal­ga. La niña tam­bién tie­ne mie­do, dice que que­ría a su papá, pero que no lo que­ría vol­ver a ver por­que si salía a la calle la iba a matar por­que ella vio cómo mató a su her­ma­ni­to, ‘lo aga­rró a gol­pes, vi como le pega­ba en la cara, en la pan­ci­ta, lo tiró al piso… ¿ticher, estoy bien por­que quie­ro a mi papá aun­que haya mata­do a mi her­ma­ni­to?’ ¿Qué le con­tes­tas en ese momen­to? ¿Qué le pue­des decir a un niño para que la vida no se le haga pedacitos?

¿Es posi­ble iden­ti­fi­car el ini­cio de la guerra?

San­dra es una sicó­lo­ga de 46 años. Tra­ba­ja en una escue­la en Culia­cán aten­dien­do a niños en con­flic­to o con pro­ble­mas de apren­di­za­je. Le pido que haga memo­ria sobre el momen­to en que sin­tió que su reali­dad cono­ci­da se había roto y rela­ta de mane­ra tro­pe­za­da el ase­si­na­to de un poli­cía muni­ci­pal en la case­ta de la colo­nia don­de vivía. Aun­que dice el nom­bre de ésta, pre­fie­re que no lo escriba.

“Los cri­mi­na­les mata­ron al poli­cía, lo ase­si­na­ron en la esqui­na, en la par­te baja de la colo­nia. Un cri­mi­nal se refu­gió en una casa y tomó a una fami­lia de rehe­nes. Ahí sen­ti­mos que ya no había espa­cio de paz. No recuer­do la fecha exac­ta de cuán­do suce­dió… pero esta­mos hablan­do de unos 20 años”. En algu­nos luga­res del país la gue­rra que cono­ce­mos y nom­bra­mos aho­ra, lle­gó antes.

“Uy, acá eso ya tie­ne tiem­po. Los ata­ques de los gru­pos que antes eran entre ellos, empe­za­ron a gene­ra­li­zar­se en cual­quier lugar y cual­quier hora. Lo que uste­des han vivi­do estos 10 años ya fue el resul­ta­do de lo que noso­tros venía­mos vien­do antes. Cuan­do vi la vio­len­cia en el res­to del país sen­tí cier­to ali­vio por­que eso hizo que mucha gen­te hicie­ra estu­dios y repor­ta­jes para saber qué esta­ba pasan­do, dón­de, cómo nos afec­ta­ba. Acá ya éra­mos inmu­nes, no sen­tía­mos ni pen­sá­ba­mos nada”, dice Sandra.

En su rela­to San­dra cuen­ta cómo los espa­cios de la ciu­dad se fue­ron cer­can­do. A tal cen­tro comer­cial no vamos por­que ahí hubo una bala­ce­ra. Al café a Cate­dral ya es un ries­go ir por­que te pue­de pasar un secues­tro o asal­to. La ciu­dad cono­ci­da se tras­to­có por las refe­ren­cias de muer­te. El estar cono­ci­do de San­dra tam­bién. Se comen­zó a sen­tir vul­ne­ra­ble, en angus­tia cons­tan­te, tris­te, ansio­sa, sin con­fian­za. Hoy se sien­te como una sobre­vi­vien­te y una tes­ti­go que espe­ra un día pue­da hablar de esta gue­rra como algo del pasado.

Dibujos de los alumnos 

MARÍA Y LOS NIÑOS

En la escue­la don­de doy cla­ses de inglés tene­mos a unas cua­tas de ter­ce­ro de pre­es­co­lar. Supi­mos que el padras­tro las esta­ba vio­lan­do y des­de la escue­la se le denun­ció ante la Pro­cu­ra­du­ría, al DIF… Lue­go lle­ga­ron a ame­na­zar a la escue­la, la mamá nos dijo que no nos metié­ra­mos, que eran sus hijas y el padras­tro las cui­da­ba y las quería.

A veces en la escue­la me pre­gun­tan cómo es la vio­len­cia… Así: hay una gra­ba­ción de un niño que cacha­ron en el baño inten­tan­do vio­lar a una niña. El niño empe­zó a decir que todo eso se lo hacía su abue­lo… lla­ma­mos a los papás y nada. Lo úni­co que pue­de hacer fue decir­le al niño ‘sé que estás sufrien­do, inten­ta defen­der­te, con­mi­go para­ron cuan­do pude decir no’.

Yo sien­to empa­tía con los niños por­que cuan­do era niña me pasó lo que a ellos, por­que sé que cuan­do dicen que tie­nen algo es real o por­que cuan­do no lo dicen, algo tam­bién está pasan­do en ese silen­cio y esa ira. No es nor­mal que un niño de esa edad ten­ga ira.

Yo pasé por muchas cosas cuan­do niña y me hubie­ra gus­ta­do que alguien me hubie­ra escu­cha­do. Fui abu­sa­da sexual­men­te en dos eta­pas de mi vida, la pri­me­ra cuan­do tenía 5 años de edad. No sabía si era bueno o malo lo que me hicie­ron, pen­sé que era nor­mal has­ta que tuve con­cien­cia de que me hacían daño. Tenía ata­ques de páni­co, me ori­na­ba en la cama, mis papás no me cre­ye­ron y pasé mi infan­cia en mucha sole­dad. Mi mamá siem­pre fue agre­si­va, me decía ‘no me abra­ces, el cari­ño es dañino, el amor es debi­li­dad’. Cuan­do cum­plí 10 años sufrí otro abu­so, pero nadie me creía. Ni mis papás, ni en el cate­cis­mo, me decían que yo lo había pro­vo­ca­do. Uno sien­te la vio­len­cia en el cuer­po. Sien­te que no está segu­ra, como que tiem­bla. Yo dejé de sen­tir­me segu­ra, la vida como la cono­cía se me aca­bó, ya no me sen­tía a sal­vo en nin­gún lugar. Y lue­go vino la vio­len­cia en la calle… me gene­ró mucha inse­gu­ri­dad, incer­ti­dum­bre de no saber si voy a regre­sar o no a casa… nar­cos, asal­tan­tes, vio­la­do­res, camio­ne­ros. Todo es vio­len­to alre­de­dor. No me he vuel­to a sen­tir segu­ra, pero he apren­di­do a no dejar­me domi­nar por la inse­gu­ri­dad, a estar aler­ta. Así es una mane­ra de per­der el miedo.

¿Es posi­ble iden­ti­fi­car el ori­gen de la violencia?

Martha es maes­tra de una tele­se­cun­da­ria en una comu­ni­dad rural de Sina­loa. Tie­ne un gru­po de 15 alum­nos en pro­me­dio a quie­nes insis­te, con pru­den­cia, enfo­car­se en la escue­la, en desa­rro­llar­se y salir ade­lan­te. Martha evi­ta men­cio­nar pala­bras rela­cio­na­das con el cri­men orga­ni­za­do, pues teme repre­sa­lias. Un día, recuer­da, lle­ga­ron a la escue­la jóve­nes de entre 13 y 16 años, que no eran estu­dian­tes, y le dije­ron que no se metie­ra con ellos (sus alum­nos), que si lo hacía ama­ne­ce­ría ama­rra­da o encin­ta­da en el canal. Martha se sin­tió para­li­za­da: nun­ca habló mal de un gru­po o de otro, tam­po­co les dijo que no se fue­ran de nar­cos. Sólo inten­tó hacer su tra­ba­jo, moti­var­los a estu­diar, a pen­sar en un futu­ro bueno.

“Des­de ese momen­to me di cuen­ta que tenía mucho tra­ba­jo por hacer, pero tam­bién temor. Cuan­do sal­go de la escue­la me ven­go a mi casa. A veces no me dan ganas de hacer nada, la ver­dad no y enton­ces pien­so que si a la gen­te le pasa algo es por­que en algo anda­ba. Yo no me quie­ro meter, quie­ro mucho a mi vida. Ade­más ¿qué pue­do hacer yo sola con­tra esa gen­te? ¿con­tra quién voy a luchar? Mi hijo se eno­ja con­mi­go por ser indi­fe­ren­te, pero se tra­ta de sobre­vi­vir como se pueda”.

Las refle­xio­nes de Martha van de la indi­fe­ren­cia al inte­rés de hacer cosas como inten­tar qui­tar­les a los alum­nos la inquie­tud de irse al nar­co. Rela­ta con orgu­llo cómo en el gru­po ante­rior 10 alum­nos se man­tu­vie­ron en la escue­la des­pués de ter­mi­nar la tele­se­cun­da­ria, cuan­do un gru­po pre­vio fue­ron sólo 4. Las bata­llas no siem­pre se ganan. Este semes­tre un alumno se fue con el nar­co, el ante­rior otro. Se van de pun­te­ros o narcomenudistas.

La car­ga emo­cio­nal la acom­pa­ña a casa cuan­do se cues­tio­na qué está hacien­do como maes­tra, si está fun­cio­nan­do o no, si podrá sal­var­los. Vol­ver a casa con la pre­gun­ta o a veces la cer­te­za de que algu­nos no se podrán sal­var. ¿Cómo se plan­ta uno ante el futu­ro si no se cree en él?

San­dra, la maes­tra sicó­lo­ga, habla tam­bién de la reali­dad que enfren­ta en el con­sul­to­rio. Ante ella tie­ne niños vio­len­tos o vio­len­ta­dos, pero casi todos con una idea muy pobre de ellos mis­mos. Y no sólo los alum­nos. La capa­ci­dad de acción se ha res­trin­gi­do tam­bién para los maes­tros. San­dra rela­ta que sus com­pa­ñe­ros, por temor, evi­tan corre­gir a los estu­dian­tes pues si lo hacen los niños rayan los vehícu­los o ame­na­zan a los maes­tros con que el her­mano mayor o el papá los va a levan­tar. Y la escue­la como ins­ti­tu­ción teme denun­ciar por­que se arries­ga a que lle­guen a come­ter una ven­gan­za. Y esa capa­ci­dad de acción tam­bién se ha res­trin­gi­do en las fami­lias. San­dra ha vis­to padres ausen­tes, sal­vo para los gol­pes y mamás que no se atre­ven a corre­gir a sus hijos por la cul­pa de dejar­los solos todo el día, ¿cómo voy a lle­gar en la noche a rega­ñar­los?, le preguntan.

“Por eso ya nadie les dice nada para no tener pro­ble­mas. A veces sien­to que hay niños que aun­que los quie­ra ayu­dar uno, no tie­ne mucha espe­ran­za por­que la par­te de las fami­lias no con­tri­bu­ye. Se sien­te un des­áni­mo… ¿qué le pue­do dar que le ayu­de más? Pero hay un lími­te que no es visi­ble y ese lími­te lo mar­ca el entorno que tie­ne el niño, todo es vio­len­cia: en la casa, en la calle, en la escue­la, en la tele”.

La gue­rra de la que habla­mos en esta entre­vis­ta con San­dra empe­zó en otro lado. San­dra lo expli­ca: gue­rra y vio­len­cia se difu­mi­nan y esto de lo que el res­to del país habla­mos en los últi­mos 10 años para ella empe­zó den­tro de las casas, con­tra las muje­res y los niños. Ella mis­ma tuvo una expe­rien­cia de mal­tra­to intra­fa­mi­liar que tar­dó varios años en sanar. Lue­go, dice San­dra, la vio­len­cia lle­gó a las escue­las cuan­do los mis­mos papás se metían a robar o man­da­ban a sus hijos gol­pea­dos o sin hacer­les caso.

“Los papás creen que si no están meti­dos en eso nada les va a pasar. O que todos son corrup­tos y ellos tam­bién por­que no hay dine­ro y hay que bus­car­le para vivir. O que esa es la vida que vale, el poder, el dine­ro. Esa es la corrien­te. Nos fal­tan ima­gi­na­cio­nes, sue­ños, ins­pi­ra­cio­nes de algo más”.

Mien­tras la vio­len­cia car­co­me la vida de las aulas y los estu­dian­tes, afue­ra los maes­tros libran otra bata­lla: defen­der sus pla­zas con la refor­ma edu­ca­ti­va y pelear el pago de la quin­ce­na y agui­nal­do que se les debe en este diciem­bre de 2016.

Dibujos de los alumnos 

MARÍA Y LAS PALABRAS

Hace unos años crea­mos un pro­yec­to lla­ma­do Recu­pe­rar­te. Se tra­ta­ba de res­ca­tar las case­tas de poli­cía aban­do­na­das en las colo­nias vio­len­tas de Culia­cán. En esas colo­nias pasa­ban muchas cosas bala­ce­ras, per­se­cu­cio­nes. Las pin­tá­ba­mos, las lim­piá­ba­mos y sacá­ba­mos a los adic­tos que se iban a dro­gar ahí, en las tar­des los niños de la colo­nia lle­ga­ban a hacer sus tareas o a leer. Logra­mos muchas cosas boni­tas, en mi celu­lar ten­go fotos, una que dice “No dañes ni te dro­gues, aquí es para apren­der”, otra de un mural que pin­ta­ron los niños. No fue fácil, fue un pro­ce­so difí­cil, varias veces lle­ga­ban los niños y habían vuel­to los adic­tos y no había segu­ri­dad. Luis, un niño que esta­ba en el pro­yec­to, un día iba cami­nan­do de regre­so de la escue­la y en el bal­dío cer­ca de su casa vio a una mujer des­cuar­ti­za­da, en una bol­sa de plás­ti­co, aban­do­na­da sobre un sofá vie­jo con una car­tu­li­na que decía “vamos por más”, le cayó muy mal eso y duran­te varios días ya no que­ría venir a la case­ta. Y así por muchas cosas el pro­yec­to empe­zó a fallar. Vi focos rojos, pero me con­fié. Nos jodió el ego, la fal­ta de orga­ni­za­ción, el mie­do, la fal­ta de dis­ci­pli­na. Ilu­sio­na­mos a los niños y no cumplimos.

Aho­ri­ta estoy salien­do de un momen­to de depre­sión. Sien­to que no hemos logra­do nada y me cues­ta ver más allá, no ima­gino cómo hacer­le… Tuve que reco­no­cer que hay niños que no se van a sal­var. No los vamos a poder sal­var. Lo más segu­ro es que ter­mi­na­rán en el cri­men y con suer­te en la cár­cel, si no tie­nen suer­te, ter­mi­na­rán muer­tos antes de lle­gar a los 20 años. Ellos hablan de la muer­te nor­mal, no tie­nen mie­do. Dicen que pre­fie­ren vivir recio, pero vivir bien.

Me cos­tó un año enten­der­lo y mane­jar­lo otro año más. Mucho tiem­po sen­tí que les había falla­do, que les que­dé mal, que no logré sal­var­los. No es fácil dar­te cuen­ta que es dema­sia­do el dolor que se trae enci­ma, muchos dolo­res. Son niños que no lle­gan a los 6 años y ya cono­cie­ron la muer­te, el aban­dono, la tor­tu­ra, la vio­la­ción, los gol­pes… Com­pren­der que ese niño tie­ne que ser cons­cien­te de su vida mis­ma y que tu no lo pue­des hacer por él. Lo úni­co que pue­do hacer es guiar, mos­trar otras mane­ras. Reco­no­cer mis lími­tes tam­bién ha sido una for­ma de salir ade­lan­te y de ver qué sí pue­do hacer. Con­ver­sar y la empa­tía es lo que me ha ayu­da­do a esta­ble­cer una rela­ción con los niños.

Quie­ro cui­dar la espe­ran­za. Que no pier­dan su capa­ci­dad de sen­tir, de ser empá­ti­cos con los otros. Quie­ro ense­ñar­les a cómo pro­te­ger­se, ayu­dar a for­mar­los y a defen­der­se, que no pue­den dejar que los estén vio­lan­do, gol­pean­do, que­man­do, obli­gan­do a hacer cosas que no quie­ren. Empe­zan­do por­que yo no pue­do obli­gar­los. Qui­sie­ra pro­te­ger­los de todo, pero no puedo.

Quie­ro cui­dar la ino­cen­cia. Que sean ellos, no el nar­co, ni el gobierno, ni el sis­te­ma edu­ca­ti­vo. Sino ellos y sus sueños.