Foto: Pul­so SLP

Antes que nada, deseo mani­fes­tar mi pro­fun­do agra­de­ci­mien­to a la Uni­ver­si­dad Autó­no­ma de San Luís Poto­sí por la dis­tin­ción que me otor­ga al con­ver­tir­me, de esta mane­ra, en miem­bro ad hono­rem de su claus­tro. Mi reco­no­ci­mien­to es doble, por­que debo con­fe­sar que ha sido una gra­tí­si­ma sor­pre­sa que se me pos­tu­la­ra para tal dis­tin­ción, con­si­de­ran­do que mi últi­ma cola­bo­ra­ción con la uni­ver­si­dad tuvo lugar en 1978, hace casi cua­ren­ta años, y por­que siem­pre he guar­da­do un espe­cial afec­to y admi­ra­ción por la cul­tu­ra potosina.

Des­de los 15 años (hace ya casi 60) mi vida ha esta­do liga­da a la uni­ver­si­dad públi­ca, ya sea como estu­dian­te o como pro­fe­sor e inves­ti­ga­dor, siem­pre con la acti­tud per­ma­nen­te de con­si­de­rar­me un apren­diz. En el trans­cur­so de estos años las uni­ver­si­da­des (y el sis­te­ma edu­ca­ti­vo) en Méxi­co han cam­bia­do pro­fun­da­men­te y, para ser sin­ce­ro, no ten­go cer­te­za de que haya sido para bien. He vivi­do direc­ta­men­te las trans­for­ma­cio­nes de la vida uni­ver­si­ta­ria, una mayo­ría de ellas cobi­ja­das bajo la ban­de­ra de la racio­na­li­za­ción y moder­ni­za­ción del sis­te­ma edu­ca­ti­vo nacio­nal. No pue­do per­ma­ne­cer indi­fe­ren­te ante las ver­da­de­ras razo­nes y natu­ra­le­za de estos cam­bios, y voy a abu­sar de la hos­pi­ta­li­dad que me pro­cu­ra la Uni­ver­si­dad Autó­no­ma de San Luís Poto­sí para expre­sar mi preo­cu­pa­ción e incon­for­mi­dad con el esta­do de cosas actual. No hay foro más apro­pia­do para hacer­lo que el de esta uni­ver­si­dad, van­guar­dia his­tó­ri­ca de la auto­no­mía en nues­tro país.

La situa­ción de la uni­ver­si­dad mexi­ca­na no es, ni pue­de ser, aje­na a las cir­cuns­tan­cias con­fi­gu­ra­das por el sis­te­ma eco­nó­mi­co y polí­ti­co mun­dial. A par­tir de 1988 se hizo paten­te la uni­for­mi­dad impues­ta glo­bal­men­te por el capi­ta­lis­mo como sis­te­ma úni­co, y la ins­tau­ra­ción de la doc­tri­na neo­li­be­ral que con­si­de­ra al pla­ne­ta (por el momen­to) como un gran mer­ca­do abier­to a la com­pe­ten­cia de los empren­de­do­res, mer­ca­do en el que todo es sus­cep­ti­ble de con­ver­tir­se en mer­can­cía y, por con­si­guien­te, de aumen­tar y acu­mu­lar, sin freno en el hori­zon­te, las ganan­cias de las gran­des cor­po­ra­cio­nes y sus cabil­de­ros. Al comer­cio e indus­tria tra­di­cio­na­les, se han suma­do el ago­ta­mien­to y la con­ta­mi­na­ción de los recur­sos natu­ra­les, el apro­ve­cha­mien­to espe­cu­la­ti­vo de los desas­tres natu­ra­les y los pro­vo­ca­dos, el lucro con las enfer­me­da­des y el ham­bre, la explo­ta­ción labo­ral de las migra­cio­nes huma­nas, la pro­mo­ción de las gue­rras como un nego­cio de des­truc­ción y recons­truc­ción, la espe­cu­la­ción finan­cie­ra con fon­dos inmo­bi­lia­rios y de inver­sio­nes, el some­ti­mien­to y modu­la­ción de la opi­nión públi­ca por los medios elec­tró­ni­cos e infor­má­ti­cos, la trans­for­ma­ción de las per­so­nas en con­su­mi­do­res per­ma­nen­tes de bie­nes dese­cha­bles, y la pri­va­ti­za­ción de la edu­ca­ción para inte­grar­la al sis­te­ma meri­to­crá­ti­co del mer­ca­do. Se ha per­di­do la línea divi­so­ria entre lo públi­co y lo pri­va­do, de mane­ra que las ins­ti­tu­cio­nes públi­cas se han con­ver­ti­do en agen­tes e ins­tru­men­tos ser­vi­do­res del poder eco­nó­mi­co. Los lími­tes entre la cla­se polí­ti­ca y la cla­se empre­sa­rial son difu­sos. Los que apa­ren­te­men­te ejer­cen el ser­vi­cio públi­co actúan como cabil­de­ros y faci­li­ta­do­res de nego­cios, recur­sos y rique­zas de las gran­des cor­po­ra­cio­nes y de los aspi­ran­tes a cons­ti­tuir­las. Simul­tá­nea­men­te, como se dice en Espa­ña, entran en acción las puer­tas gira­to­rias, y los polí­ti­cos ingre­san a las cor­po­ra­cio­nes al tér­mino de sus labo­res, al tiem­po que son rem­pla­za­dos por otros ser­vi­do­res del capi­tal pri­va­do en los pues­tos públi­cos. Capi­tal y poder polí­ti­co cons­ti­tu­yen la nue­va sim­bio­sis de nues­tra épo­ca, en la que se borran tam­bién las dife­ren­cias entre delin­cuen­tes y apli­ca­do­res de la ley, y entre terro­ris­tas y defen­so­res de la mano­sea­da democracia.

La vora­ci­dad sin tér­mino del capi­ta­lis­mo que nos toca vivir ha corrom­pi­do en un gra­do nun­ca antes vis­to todas las prác­ti­cas huma­nas. En Méxi­co, la corrup­ción, la simu­la­ción, el cinis­mo y la impu­ni­dad, se han ins­ta­la­do, con un sal­do trá­gi­co en todos sen­ti­dos, como for­ma de vida, como cul­tu­ra de lo coti­diano. Al con­tra­rio de lo que afir­mó Car­los Fuen­tes en 1970, las pala­bras de la cla­se polí­ti­ca no solo no han recu­pe­ra­do su trans­pa­ren­cia, sino que han per­di­do toda cre­di­bi­li­dad. La gran mayo­ría de nues­tros polí­ti­cos y empre­sa­rios, sin rubor alguno, se bur­lan, en el día a día, de la reali­dad que pade­ce­mos, y al esti­lo de los anti­guos pro­fe­tas reli­gio­sos, nos repi­ten que vivi­mos o esta­mos a pun­to de vivir en el paraí­so que ellos, afa­no­sa­men­te, con sacri­fi­cios y gene­ro­si­dad, con­tri­bu­yen deci­si­va­men­te a cons­truir. Para dis­fra­zar sus con­duc­tas irres­pon­sa­bles, des­ho­nes­tas, no com­pro­me­ti­das e irres­pe­tuo­sas, los pode­res eco­nó­mi­co y polí­ti­co pro­mul­gan leyes y regla­men­tos, crean con­se­jos y comi­sio­nes, fis­ca­lías espe­cia­les, cuya invia­bi­li­dad prác­ti­ca en algu­nos casos está ase­gu­ra­da des­de su mis­ma con­cep­ción y, en otros, cum­plen la fun­ción a pos­te­rio­ri de jus­ti­fi­car sus latro­ci­nios. El país está sobre­car­ga­do de leyes que no se cum­plen o que solo jus­ti­fi­can lo que mal se hace o se hacía, y de orga­nis­mos inefi­cien­tes que for­man par­te de una lar­ga cade­na de trá­mi­tes dise­ña­dos para encu­brir des­via­cio­nes, ano­ma­lías e incum­pli­mien­tos. La simu­la­ción así cons­trui­da nutre adi­cio­nal­men­te a la corrup­ción y des­com­po­si­ción del sis­te­ma polí­ti­co y social, a la vez que crea una cla­se para­si­ta­ria de fun­cio­na­rios, encar­ga­da de admi­nis­trar y pla­ni­fi­car el país simulado

La edu­ca­ción en gene­ral, y en par­ti­cu­lar la edu­ca­ción supe­rior y la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca y tec­no­ló­gi­ca, son tam­bién ape­te­ci­bles pre­sas para este sis­te­ma pre­da­dor. La edu­ca­ción bási­ca en Méxi­co nun­ca rom­pió com­ple­ta­men­te sus víncu­los con la Igle­sia Cató­li­ca y diver­sos gru­pos cul­tu­ra­les o eco­nó­mi­cos con­ser­va­do­res. La escue­la pri­va­da se con­tem­pló como un com­ple­men­to de la escue­la públi­ca para ampliar la cober­tu­ra edu­ca­ti­va y que, es jus­to men­cio­nar­lo, en algu­nos casos no se per­si­guie­ron úni­ca­men­te obje­ti­vos comer­cia­les. La edu­ca­ción supe­rior ini­ció de mane­ra ace­le­ra­da su pri­va­ti­za­ción a par­tir de 1988, no solo por la auto­ri­za­ción incon­tro­la­da de ins­ti­tu­cio­nes pri­va­das ofre­cien­do estu­dios de licen­cia­tu­ra y de post­gra­do, sino tam­bién por la adop­ción de cri­te­rios de pla­nea­ción y admi­nis­tra­ción de la edu­ca­ción supe­rior públi­ca y de la cien­cia y tec­no­lo­gía afi­nes a los intere­ses de las cla­ses deten­ta­do­ras del poder eco­nó­mi­co y polí­ti­co. Estas polí­ti­cas fue­ron impul­sa­das por las cor­po­ra­cio­nes finan­cie­ras, indus­tria­les y comer­cia­les nacio­na­les e inter­na­cio­na­les. A par­tir de la últi­ma déca­da del siglo pasa­do se hizo paten­te la inge­ren­cia de orga­nis­mos finan­cie­ros y eco­nó­mi­cos inter­na­cio­na­les, como la OCDE y el Ban­co Mun­dial, en la for­mu­la­ción de las direc­tri­ces a seguir por las uni­ver­si­da­des públi­cas mexi­ca­nas, tan­to en sus pro­gra­mas for­ma­ti­vos como en los pro­gra­mas de inves­ti­ga­ción. Dichas polí­ti­cas fue­ron impues­tas a la edu­ca­ción públi­ca a tra­vés de las secre­ta­rías de esta­do del gobierno fede­ral que sumi­nis­tran y regu­lan los sub­si­dios eco­nó­mi­cos, así como por el CONACYT y orga­nis­mos apa­ren­te­men­te autó­no­mos como la ANUIES. El PRO­DEP y sus dos ances­tros, los PIFIS, la acre­di­ta­ción de pro­gra­mas, la implan­ta­ción de currícu­los deno­mi­na­dos fle­xi­bles en las licen­cia­tu­ras, los pro­gra­mas de estí­mu­lo al desem­pe­ño, y muchas otras for­mas de la lla­ma­da cul­tu­ra de la eva­lua­ción, no cons­ti­tu­yen ini­cia­ti­vas de las uni­ver­si­da­des, y ni siquie­ra de las ins­ti­tu­cio­nes guber­na­men­ta­les mexi­ca­nas. Son todas ellas varian­tes o apli­ca­cio­nes direc­tas de “reco­men­da­cio­nes” de los orga­nis­mos inter­na­cio­na­les men­cio­na­dos. Estas polí­ti­cas han crea­do una “nomen­kla­tu­ra” admi­nis­tra­ti­va de la edu­ca­ción supe­rior y la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca, cuya jus­ti­fi­ca­ción ope­ra­ti­va ha dege­ne­ra­do en una com­pul­sión per­ma­nen­te en cam­biar for­ma­tos eva­lua­ti­vos y reque­ri­mien­tos admi­nis­tra­ti­vos (lo que ha sido faci­li­ta­do por una de sus varia­cio­nes mutan­tes, los inge­nie­ros infor­má­ti­cos). Esta nue­va “nomen­kla­tu­ra” de pla­nea­do­res y admi­nis­tra­do­res de la edu­ca­ción supe­rior y la cien­cia se ha apro­pia­do de la orga­ni­za­ción y fun­cio­na­mien­to de las uni­ver­si­da­des, usur­pan­do su gober­nan­za en detri­men­to de los autén­ti­cos cri­te­rios y modos que sus­ten­tan la vida aca­dé­mi­ca y de bús­que­da del cono­ci­mien­to. Se ha cons­ti­tu­ti­to una nue­va cla­se de fun­cio­na­rios de la cien­cia y la edu­ca­ción supe­rior, que al igual que la cla­se polí­ti­ca, van de un car­go a otro en la red cada vez más den­si­fi­ca­da de con­trol y admi­nis­tra­ción, inde­pen­dien­te­men­te de su espe­cia­li­dad y exper­ti­cia pro­fe­sio­nal original.

La vida aca­dé­mi­ca y de inves­ti­ga­ción se ha con­ver­ti­do en patri­mo­nio de una cla­se de admi­nis­tra­do­res aje­nos a ella y a su prác­ti­ca, la que para algu­nos es sola­men­te el ves­ti­gio de un pasa­do remo­to. De esta mane­ra, inves­ti­ga­do­res y docen­tes cons­ti­tu­yen sola­men­te la mate­ria pri­ma de cálcu­los, con­tro­les, regis­tros, regla­men­tos, pla­nes, pro­gra­mas y esta­dís­ti­cas diver­sas. Los aca­dé­mi­cos son con­tem­pla­dos, con­tra­dic­to­ria y simul­tá­nea­men­te, como gas­to corrien­te y como gas­to de inver­sión, para emplear la jer­ga eco­no­mi­cis­ta de los nue­vos tiem­pos. Las uni­ver­si­da­des son vis­tas como empre­sas que for­man par­te de la estruc­tu­ra pro­duc­ti­va del sis­te­ma y, en esa medi­da, toda inver­sión debe jus­ti­fi­car­se con base en su pro­duc­ti­vi­dad y en la plus­va­lía que gene­ra. El dis­cur­so ofi­cial hace mani­fies­to que gas­tar en edu­ca­ción es inver­tir, y que la edu­ca­ción es la ins­tan­cia en que se crean los recur­sos huma­nos para el sis­te­ma pro­duc­ti­vo. En este aspec­to es el úni­co en el que no hay enga­ño. Pero como par­te que somos de la peri­fe­ria del sis­te­ma capi­ta­lis­ta, esta visión tam­bién con­de­na a nues­tras uni­ver­si­da­des a un papel peri­fé­ri­co en la gene­ra­ción, trans­mi­sión y apli­ca­ción del cono­ci­mien­to: sola­men­te maqui­la­mos y repro­du­ci­mos cono­ci­mien­to o sus apli­ca­cio­nes. En las uni­ver­si­da­des del hemis­fe­rio nor­te, cen­tro del sis­te­ma capi­ta­lis­ta y el poder eco­nó­mi­co-finan­cie­ro, las uni­ver­si­da­des tie­nen la liber­tad de orga­ni­zar­se de mane­ra autó­no­ma, aun­que no osten­ten la auto­no­mía como atri­bu­to y, a pesar de las con­tra­dic­cio­nes que pue­den carac­te­ri­zar­las, las fun­cio­nes de los aca­dé­mi­cos no están some­ti­das a un escru­ti­nio buro­crá­ti­co per­ma­nen­te como ocu­rre en las nues­tras. En las uni­ver­si­da­des mexi­ca­nas, admi­nis­trar es usual­men­te sinó­ni­mo de con­tro­lar, vigi­lar, des­con­fiar y uti­li­zar los sub­si­dios de mane­ra dis­cre­cio­nal y ver­ti­cal. Algu­nas de nues­tras ins­ti­tu­cio­nes de edu­ca­ción supe­rior son ému­las del “her­mano mayor” o “gran her­mano” de Orwell en “1984”, en las que se emplea el “neo­len­gua­je” de la infi­ni­dad de siglas refe­ri­das a tipo de ins­ti­tu­cio­nes, pro­gra­mas, pre­su­pues­tos y otros más, y en las que hay mul­ti­tud de ins­tan­cias admi­nis­tra­ti­vas (algu­nas de ellas con dis­fraz aca­dé­mi­co) que fun­cio­nan como “poli­cías del pen­sa­mien­to”. La lla­ma­da cul­tu­ra de la eva­lua­ción ha resul­ta­do ser un gran pan­óp­ti­co, como el que dise­ñó Jeremy Bentham para vigi­lar a los reclu­sos de una pri­sión en cual­quier pun­to en el que estu­vie­ran: se deben ren­dir infor­mes per­ma­nen­te­men­te, se debe jus­ti­fi­car cual­quier soli­ci­tud o peti­ción exhaus­ti­va­men­te, se deben pre­sen­tar com­pro­ban­tes de cual­quier acti­vi­dad o resul­ta­do, se pue­de ser audi­ta­do en sito para que ese gran ojo se cer­cio­re del cum­pli­mien­to o incum­pli­mien­to de las tareas aca­dé­mi­cas, El aca­dé­mi­co tie­ne que dedi­car una par­te de su tiem­po a cum­plir tareas del pro­ce­so de eva­lua­ción y, otro, a rea­li­zar tareas para ser eva­lua­do, de mane­ra aná­lo­ga a como los dio­ses con­de­na­ron a Sísi­fo a rodar sin cesar una roca has­ta la cima de una mon­ta­ña, para que esta vol­vie­ra a caer por su pro­pio peso. Albert Camus seña­la­ba que “[los dio­ses] habían pen­sa­do con algu­na razón que no hay cas­ti­go más terri­ble que el tra­ba­jo inú­til y sin espe­ran­za”. Los nue­vos dio­ses que rigen las uni­ver­si­da­des han con­ver­ti­do a un posi­ble paraí­so del cono­ci­mien­to en un infierno administrativo.

La aca­de­mia siem­pre se debe ceñir a tiem­pos, for­mas y cri­te­rios de la admi­nis­tra­ción y, aun­que se pre­go­na la liber­tad de cáte­dra, se depar­ta­men­ta­li­zan o uni­for­man pro­gra­mas y exá­me­nes, la liber­tad de inves­ti­ga­ción se cons­tri­ñe a la pro­duc­ti­vi­dad reque­ri­da para tener una mejor remu­ne­ra­ción, y se debe ser pro­duc­ti­vo en can­ti­dad para reci­bir un pago a des­ta­jo como en las empre­sas, se debe publi­car con fre­cuen­cia para reci­bir una com­pen­sa­ción que nive­le deco­ro­sa­men­te el sala­rio, y se debe hacer­lo ade­más en revis­tas con impac­to, efec­to regu­la­do por empre­sas pri­va­das que deci­den qué cien­cia es sig­ni­fi­ca­ti­va y qué cien­cia no lo es con base en cri­te­rios de mer­ca­do y de las pro­pias revis­tas que publi­can. No es impor­tan­te lo que se publi­ca, sino el ISSN, el ISBN y el índi­ce de impac­to corres­pon­dien­te. En este mer­ca­do de la cien­cia par­ti­ci­pan tam­bién los pro­gra­mas de post­gra­do que, a cam­bio de un puña­do de len­te­jas (las becas para sus estu­dian­tes), se ven obli­ga­dos a cum­plir con cri­te­rios de efi­cien­cia pro­duc­ti­va en tér­mi­nos del núme­ro y pro­por­ción de egre­sa­dos, de su vin­cu­la­ción con el sis­te­ma pro­duc­ti­vo o de pres­ta­ción de ser­vi­cios, y su incor­po­ra­ción a la red inter­na­cio­nal de pro­duc­ción del cono­ci­mien­to, supon­go que para faci­li­tar lo que en inglés se deno­mi­na el “scou­ting” de pros­pec­tos a pasar de las ligas meno­res a la liga prin­ci­pal en que se desa­rro­lla el jue­go del cono­ci­mien­to. Para­dó­ji­ca­men­te, con excep­cio­nes con­ta­das, nun­ca se ava­lúa la cali­dad, ori­gi­na­li­dad y rele­van­cia del cono­ci­mien­to gene­ra­do y trans­mi­ti­do, pues eso reque­ri­ría de jue­ces autén­ti­ca­men­te aca­dé­mi­cos que no com­pi­tie­ran ade­más por los esca­sos recur­sos a dis­tri­buir. A las licen­cia­tu­ras, no es nece­sa­rio acla­rar­lo, se les ha des­vin­cu­la­do de toda rela­ción con la inves­ti­ga­ción para que for­men par­te del ejér­ci­to de reser­va del sis­te­ma, y nada más. Esta fal­sa cul­tu­ra de la eva­lua­ción se ha limi­ta­do a otor­gar cer­ti­fi­ca­cio­nes que nada sig­ni­fi­can, y que encu­bren y pro­mue­ven prác­ti­cas clien­te­la­res, simu­la­ción y corrup­ción diver­sas para satis­fa­cer los indi­ca­do­res que ena­je­nan y per­vier­ten la natu­ra­le­za mis­ma de toda acti­vi­dad aca­dé­mi­ca y de cono­ci­mien­to. Se ha inver­ti­do la rela­ción medio-fin: aho­ra se inves­ti­ga para publi­car y se ense­ña para gra­duar estu­dian­tes en vez de publi­car cuan­do se ha inves­ti­ga­do algo per­ti­nen­te en el con­tex­to de una dis­ci­pli­na, y gra­duar un estu­dian­te cuan­do domi­na el cam­po en el que ha sido aprendiz.

No sor­pren­de, por lo tan­to, que en Méxi­co ten­ga­mos inves­ti­ga­do­res que inves­ti­gan como si par­ti­ci­pa­ran en una cade­na de pro­duc­ción, doc­to­res que poco saben y domi­nan, pro­gra­mas de post­gra­do en los que no se rea­li­za inves­ti­ga­ción como acti­vi­dad sus­tan­ti­va, publi­ca­cio­nes cien­tí­fi­cas con impac­to sola­men­te en los índi­ces espe­cia­li­za­dos que care­cen de reper­cu­sión en el avan­ce de las cien­cias corres­pon­dien­tes, y mul­ti­tud de cifras ofi­cia­les que, como en todos los ámbi­tos de la vida nacio­nal, nos quie­ren hacer creer que hay avan­ces en don­de hay retro­ce­so o estancamiento.

La simu­la­ción median­te indi­ca­do­res no ocul­ta la fal­ta de apo­yo y el dete­rio­ro gra­dual que sufren la edu­ca­ción supe­rior y la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca en el país. Por ter­cer sexe­nio con­se­cu­ti­vo no se ha alcan­za­do la meta pro­pues­ta de des­ti­nar el 1.0 % del PIB a la cien­cia y, de hecho, en tér­mi­nos rela­ti­vos, los apo­yos reales han dis­mi­nui­do no solo en cuan­tía sino tam­bién en su asig­na­ción a pro­yec­tos ale­ja­dos del desa­rro­llo de una infra­es­truc­tu­ra y pro­gra­mas de inves­ti­ga­ción sóli­da­men­te fun­da­men­ta­dos. En la edu­ca­ción supe­rior, los sub­si­dios en tér­mi­nos reales se han redu­ci­do, se han incre­men­ta­do las matrí­cu­las sim­ple­men­te con cri­te­rios de cober­tu­ra demo­grá­fi­ca, y tam­po­co se han logra­do fijar míni­mos des­ti­na­dos a la con­so­li­da­ción y desa­rro­llo de las uni­ver­si­da­des. Se uti­li­zan cri­te­rios clien­te­la­res a tra­vés de sub­si­dios espe­cia­les, y se vio­la con­ti­nua­men­te la auto­no­mía, como atri­bu­ción cons­ti­tu­cio­nal, al eti­que­tar los pre­su­pues­tos e inclu­so veri­fi­car los regla­men­tos uni­ver­si­ta­rios que regu­lan su ejer­ci­cio, como ocu­rre, entre otros, en los pro­gra­mas de estí­mu­los al desem­pe­ño aca­dé­mi­co cuyos regla­men­tos deben pasar por la cen­su­ra de las Secre­ta­rías de Edu­ca­ción Públi­ca y de Hacien­da. Las pre­vi­sio­nes a futu­ro no son hala­güe­ñas. La ANUIES, que debe­ría ser un orga­nis­mo defen­sor de la auto­no­mía uni­ver­si­ta­ria, ha ela­bo­ra­do una pro­pues­ta de nue­va ley de la Edu­ca­ción Supe­rior que se enca­mi­na en sen­ti­do con­tra­rio a su voca­ción obli­ga­da. En la nue­va ley, se inclu­ye a las uni­ver­si­da­des pri­va­das como par­te del sis­te­ma nacio­nal de edu­ca­ción supe­rior, con los mis­mos dere­chos de apo­yos fede­ral y esta­tal que las uni­ver­si­da­des públi­cas y, no solo eso, la nue­va legis­la­ción ame­na­za con crear un nue­vo orga­nis­mo dedi­ca­do a la eva­lua­ción de la edu­ca­ción superior.

Obvia­men­te no se tra­ta de una idea pro­pia de la ANUIES, sino de un impo­si­ción des­de el poder: la UNAM recién anun­ció la crea­ción de su pro­pio con­se­jo de eva­lua­ción edu­ca­ti­va. Nin­gu­na de estas pro­pues­tas han sido con­sul­ta­das, dis­cu­ti­das o siquie­ra infor­ma­das a los miem­bros de las uni­ver­si­da­des que se supo­nen están repre­sen­ta­das en la ANUIES, aca­dé­mi­cos y estu­dian­tes, y cons­ti­tu­yen un paso adi­cio­nal en la pri­va­ti­za­ción de la edu­ca­ción superior.

La pri­va­ti­za­ción de la uni­ver­si­dad públi­ca tie­ne que ver fun­da­men­tal­men­te con la pri­va­ti­za­ción de sus fun­cio­nes sus­tan­ti­vas, sin que se alte­ren los aspec­tos for­ma­les de su orga­ni­za­ción. Una par­te del pro­ce­so de pri­va­ti­za­ción ha cul­mi­na­do con éxi­to al some­ter la vida aca­dé­mi­ca y cien­tí­fi­ca a cri­te­rios de efi­cien­cia empre­sa­ria­les, median­te la cul­tu­ra de la eva­lua­ción. Las acti­vi­da­des invo­lu­cra­das en la gene­ra­ción, trans­mi­sión y crea­ción del cono­ci­mien­to, de natu­ra­le­za colec­ti­va, se han frag­men­ta­do median­te la ins­tau­ra­ción de un sis­te­ma meri­to­crá­ti­co de retri­bu­cio­nes y reco­no­ci­mien­tos de carác­ter indi­vi­dual. Con supues­tos afa­nes de inno­va­ción y fle­xi­bi­li­dad se ha frag­men­ta­do igual­men­te la arti­cu­la­ción de los dis­tin­tos domi­nios de cono­ci­mien­to y se ha favo­re­ci­do una for­ma­ción res­trin­gi­da y diri­gi­da a dis­tin­tos nichos del mer­ca­do. La siguien­te fase del pro­ce­so se ha ini­cia­do ya median­te los pro­gra­mas de vin­cu­la­ción e inter­na­cio­na­li­za­ción. Estos últi­mos, al mar­gen de la gran can­ti­dad de con­ve­nios de cola­bo­ra­ción fic­ti­cios y el turis­mo de fun­cio­na­rios que pro­mue­ven, van arti­cu­lan­do de mane­ra pro­gre­si­va a los aca­dé­mi­cos y pro­yec­tos des­ta­ca­dos en la uni­ver­si­dad públi­ca con los pro­gra­mas “madre” corres­pon­dien­tes en las ins­ti­tu­cio­nes, orga­ni­za­cio­nes y empre­sas de los paí­ses capi­ta­lis­tas avan­za­dos. Los pro­gra­mas de vin­cu­la­ción, por su par­te, cons­ti­tu­yen hoy día uno de los ejes de la eva­lua­ción uni­ver­si­ta­ria, y pro­mue­ven acti­va­men­te que los gru­pos y pro­yec­tos aca­dé­mi­cos jus­ti­fi­quen su razón social de ser median­te la pres­ta­ción de diver­sos ser­vi­cios al sis­te­ma pro­duc­ti­vo y, en segun­do lugar, al sec­tor públi­co, como un apén­di­ce que sub­sa­ne su inefi­cien­cia estructural.

La pri­va­ti­za­ción de la uni­ver­si­dad sig­ni­fi­ca la pri­va­ti­za­ción del cono­ci­mien­to, de los cri­te­rios de su gene­ra­ción y apli­ca­ción, y el aco­ta­mien­to y res­tric­ción de su trans­mi­sión. Pri­va­ti­zar la uni­ver­si­dad es indi­vi­dua­li­zar lo que por natu­ra­le­za es colec­ti­vo y, como resul­ta­do, can­ce­lar la posi­bi­li­dad de la uni­ver­si­dad como un espa­cio de cono­ci­mien­to autó­no­mo, crí­ti­co y rigu­ro­so, para trans­for­mar­lo en un con­jun­to segre­ga­do de uni­da­des arti­cu­la­das con y por las deman­das del sec­tor pro­duc­ti­vo y la cla­se en el poder. La pri­va­ti­za­ción de las uni­ver­si­da­des repre­sen­ta final­men­te la apro­pia­ción por una mino­ría del pro­ce­so colec­ti­vo de gene­rar, trans­mi­tir y apli­car el cono­ci­mien­to como un bien públi­co. Está en manos de los uni­ver­si­ta­rios rever­tir este pro­ce­so y, para ello, pri­me­ro debe­mos ser cons­cien­tes de las fun­cio­nes a las que nos debe­mos, de las con­di­cio­nes que las coar­tan, y de la nece­si­dad de ser con­gruen­tes con la res­pon­sa­bi­li­dad que nos impo­ne nues­tra situa­ción pri­vi­le­gia­da en un país dolien­te y saquea­do como México.